lunes, 26 de marzo de 2012

LA NUEVA PROVINCIA: EDUARDO GIORLANDINI entre la didáctica de la libertad y las tradiciones populares

Bahía Blanca, domingo 18 de marzo de 2012"Lo que siempre busqué fue generar un pensamiento crítico"

   Ejerció la docencia universitaria por más de 40 años y, de acuerdo con sus cálculos, unos 27 mil alumnos pasaron por sus cátedras de Derecho Laboral. Además, es uno de los mayores difusores del tango, el lunfardo y las tradiciones populares, convirtiéndose en un verdadero embajador cultural de Bahía. Un Troesma, en el sentido más amplio del término, con mucho para contar.

   Con un perfil tan multifacético, donde conviven el abogado, el docente, el escritor y el periodista, entre otras actividades, ¿cómo le gusta que lo reconozcan públicamente?

   --Sin dudas como "El profe". He tenido muchísimo contacto con alumnos a lo largo de toda mi vida. Más de 27 mil, sumados los de la Universidad Nacional del Sur, la Universidad Tecnológica Nacional, el Instituto Juan XXIII, la Escuela de Médicos laboralistas, que ya no existe más, la Escuela de Servicio Social, el Instituto Superior en Ciencias de la Comunicación Social, el Círculo de Periodistas, el Colegio Pedro Goyena. Es decir, la docencia es algo que siempre me ha gustado y que, afortundamante, ha formado una parte fundamental de mi vida profesional.

   --¿Cómo fue desarrollándose su trayectoria en el ámbito universitario?

   --Entré en 1970 como ayudante en la UNS, adonde luego fui haciendo toda la carrera a través de 15 concursos docentes, hasta llegar a titular de cátedra en la materia de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social que se dictaba, por lo general, en el tercer año de la carrera de Economía. Y antes de que me pregunte cómo era en el trato con los jóvenes, le digo que no era un profesor ni bueno ni malo (Se ríe). Siempre tuve la intención de tener una buena didáctica, de ser humanista, de respetar al alumno, de fomentar el pensamiento crítico, la autocrítica y la crítica al profesor en el aula. A los alumnos les decía que yo no era muchachista, que si los trataba con respeto y afecto no lo hacía aspirando a ningún cargo a futuro. Inclusive, le confieso que rechacé el rectorado dos veces.

   --¿Por qué?

   --La primera vez me la ofreció (Raúl) Alfonsín, al poco tiempo de la vuelta a la democracia, y la rechacé. No por él, con quien trabajé varios años en el partido radical, sino que no quería participar de la Ley de Normalización Universitaria que envió al Congreso, en la que se establecía que la elección de los rectores se iba a realizar por decreto del Poder Ejecutivo. Era una condición que no podía aceptar, en mi carácter de militante de la Reforma de 1918. Quería ser fiel con mi forma de pensar y por eso lo rechacé. La segunda vez fue a través de una entrevista que me hicieron todos los claustros, especialmente el de profesores, pensando que podía opinar como ellos en ciertas cuestiones relacionadas al manejo de la universidad. Y la verdad es que les dije cómo pensaba, sabiendo que cuando expresara mi punto de vista, no me iban a proponer. Esa fue otra forma de rechazar el cargo. Además, no era un cargo para mí, porque soy de esos tipos que creen que, a lo mejor, con dedicación pueden manejar una situación determinada. Pero me dejo llevar mucho por la vocación y la verdad es que ser rector no me generaba una motivación.

   --Lo que sí lo motiva desde siempre es el estudio del habla y la cultura popular, ¿cómo logró compatibilizarlo con su trabajo profesional?

   --Es que siempre lo entendí como algo que también tiene importancia desde el punto de vista del Derecho. Recuerdo que Juan Félix Martella, que era el titular adjunto de la cátedra cuando ingresé a la universidad y era muy técnico desde el lenguaje, siempre les decía a los alumnos: "Hablen como quieran, porque acá está el doctor Giorlandini que sostiene que el idioma jurídico es nacido del latín popular". Y es así. Es que mi interés por el origen del lenguaje surgió en la infancia, a los cinco o seis años. En mi casa siempre hubo mucho tango y, lógicamente, cuando empecé a escuchar las letras y a cantarlas, comprendí que había muchas palabras que no entendía. Era el lunfardo, algo que me gustó de entrada, y que me puse a estudiar desde entonces, por esa manía que tengo de querer saberlo todo, para después elaborarlo y asociar los conceptos. Lo que siempre busqué fue generar un pensamiento crítico, algo que fomenté con todos mis alumnos.

   --Imagino que no siempre fue fácil lograrlo, considerando las sucesivas etapas del país.

   --Le voy a responder con una frase clásica que dice "No se hace política sin pecado". Pero, ojo, hay que distinguir qué clase de pecado, porque uno grave es traicionar la propia ideología. Ahora bien, ingresé a la universidad sin estar obligado a comportarme de ninguna manera específica. Y no tuve ningún problema en los primeros años, aunque siempre fui coherente con mi forma de pensar. Los inconvenientes empezaron algunos años más adelante, en otro gobierno de facto, cuando un alumno me preguntó por los gastos reservados. Usted se preguntará cómo llegamos a ese tema en una cátedra de Derecho Laboral, y eso se debe a que soy filosóficamente estructuralista. Es decir, no me parcializo ni encaro los temas desde un punto de vista dogmático. Así llegamos a ese tema, y lógicamente les di mi respuesta, explicando cómo funcionaba el sistema de fondos. Enseguida me suspendieron la clase sin mayores explicaciones.

   --¿Por qué cree que una respuesta válida en clase se transformó en un castigo administrativo?

   --Porque comprobé que había un informante en mi clase. Era un hombre relativamente joven, bien vestido, al que, en una oportunidad, le dije: "Mire, si tiene un grabador escondido, sáquelo. No tengo ningún problema". No vino más después de eso. Pero realmente no tenía problemas en que estuviera ahí, porque siempre fui claro con mi ideología y comportamiento dentro de la universidad, con los colegas y, sobre todo, con los alumnos. Por eso, por ejemplo, no respeté la orden que nos impartieron alguna vez de no tomarle examen a los alumnos con pelo largo o barba. Para mí, primero está el respeto por las personas, como lo indica mi adhesión a la Doctrina Social de la Iglesia.

   --Considerando que comenzó a dictar clase en los años '70 y siguió hasta poco después de 2000, ¿qué cambios fue percibiendo entre el alumnado a lo largo del tiempo?

   --Mi materia siempre estaba para que yo tuviera la libertad de hablar sobre muchos temas. Porque el Derecho Laboral está hablando del trabajo, y eso es algo que cubre prácticamente toda la actividad humana, por lo que las clases siempre se prestaron a debates sobre la sociedad. Y, en ese sentido, puedo decir que el autoritarismo docente hizo que muchas veces el alumno tuviera miedo. Eso es parte del dogmatismo de algunas carreras, con profesores que pretenden que los alumnos repitan de memoria, exactamente, lo que ellos dijeron. Con ese tipo de pedagogía, no queda margen para una didáctica de la libertad tendiente a la formación de profesionales. Son aspectos que lamentablemente las universidades no contemplaron por mucho tiempo, y que se mantuvieron aun después de la Reforma del '18.

   --¿Piensa que algunos de esos vicios educativos todavía se mantienen?

   --Y sí. Imagino que, después de esto, por primera vez en mi vida me van a contestar públicamente. Pero es la realidad.

Eso sí, la respuesta no quedaría completa sin mencionar algo que me dijo hace años un presidente de uno de los centros estudiantiles, y era que los alumnos no estaban acostumbrados a la libertad de pensamiento. Y así es muy difícil cambiar. Por eso yo siempre remarqué el respeto hacia ellos, de modo que se sintieran respaldados y que no temieran ninguna represalia por cuestiones ideológicas. El docente debe ser, principalmente, un humanista. No puede ni debe alejarse de los problemas que pueda sufrir el educando. Tiene que poder colaborar con él, en la medida en que el alumno lo necesite para poder estudiar mejor.

   --Aun con estas observaciones, sé que tiene un profundo afecto por lo que significa el mundo universitario y que sigue involucrado con algunas charlas para estudiantes.

   --Cuando uno deja de ser docente, por lo general nunca más es convocado. Por suerte, en mi caso, varias veces los estudiantes y también algunos profesores me han invitado a conversar. Eso me pone muy contento, porque los mayores reconocimientos los he recibido del principal protagonista de la universidad, que es el estudiante. Y en ese caso, he tenido la posibilidad de conversar con ellos sobre algunos temas que me parecen interesantes para analizar, como el uso del lunfardo o del idioma nacional argentino, o sobre el uso que hace el poder para influir sobre el lenguaje. Mire la palabra "flexibilización", que en verdad significa "vaciamiento del orden jurídico laboral protector". Son semáticas que se modifican para justificar comportamientos políticos, y por eso es importante que los jóvenes conozcan estas cuestiones durante su formación.

   --La última, ¿qué es la universidad para usted?

   --Es una institución que promueve la universalidad de conocimientos, donde hay que abrirle las puertas a la cultura y, sobre todo, a la libertad.



Biografía 

* Eduardo Giorlandini tiene 77 años y le gusta reconocerse como un bahiense de pura cepa. "Nací en calle Fitz Roy al 500, una zona muy tanguera, cerca de donde vivían los Cobián y los Di Sarli. Incluso alguna vez también anduvo por ahí Gardel, cuando necesitó arreglar una guitarra con un luthier del barrio", evoca, siempre atento al anecdotario.

* Padre de Pablo y Pedro, y abuelo de Delfina, Eduardo está casado en segundas nupcias con la odontóloga y docente Evedith Adal Hosni, con quien comparten lecturas, estudios, charlas y amistades en las respectivas casas que tenían antes de conocerse, ambas ubicadas en el microcentro de la ciudad, a pocas cuadras de distancia entre sí. 

* Abogado egresado en la UNLP, durante casi 40 años fue profesor en la cátedra de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social en la UNS. También ejerció la docencia del nivel superior en la carrera de Ingeniería Laboral de la UTN. Un repaso por su trayectoria, permite descubrirlo, además, como periodista, escritor, ensayista, conductor radial, libretista, músico, historiador, funcionario, investigador y letrista de canciones, como lo atestigua el tango Aguja brava, musicalizado por Edmundo Rivero.

* Entre sus muchas distinciones vale remarcar su título de "Personalidad destacada de la ciudad", concedido por el Concejo Deliberante bahiense en 2009, su membresía en la Academia Porteña del Lunfardo y su pertenencia a la Junta de Estudios Históricos del barrio porteño de Boedo. También cuenta con el rango de Educador Internacional del Centro Bibliográfico Internacional, otorgado en Cambridge, y el nombramiento concedido en 1995 por la asamblea de estudiantes de Ciencias de la Administración de la UNS, cuando fue elegido como "Mejor profesor".

* Es autor de casi 50 libros, entre los que pueden recordarse Matemáticas y Ciencia Política (1966), Parágrafos sobre la cuestión social (1973), Derecho colectivo del trabajo (1978), El pensamiento fundamental de Ricardo Lavalle (1982), Diccionario mafioso (1990), Cruzando el pago de mi destino (1995), Tango y humor (1997), Gotanfalún (1998) Hermano sur (1999), Y aquellos troesmas del tango (1999) y Ricardo Balbín, el radicalismo y la República (2002).

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